“Siempre me pasa lo mismo.”
Es una frase común, dicha con resignación, rabia o tristeza. Cambia el contexto, las personas, las decisiones… pero algo —una escena, una reacción, un malestar— se repite. A veces parece mala suerte. Otras, un patrón que no logramos entender.
¿Y si eso que se repite no es un error, sino una forma de hablar del inconsciente? ¿Y si se trata de un modo de defenderse inconsciente, un intento de reparación?
La trampa de la repetición
La repetición no es simple insistencia. En psicoanálisis, se entiende como una forma en que el sujeto responde a algo que no sabe de sí.
Puede haber repeticiones en las relaciones, en la elección de pareja, en cómo se fracasa, en cómo uno se enferma o incluso en los síntomas del cuerpo.
Aunque queramos cambiar, repetimos. Porque el inconsciente insiste.
Es una repetición que no es voluntaria ni elegida. No depende solo de la voluntad ni de la inteligencia. Por eso cuesta tanto interrumpirla. Por eso, cuando alguien pregunta por qué vuelve a “tropezar con la misma piedra”, no es solo una queja: es ya una forma de empezar a interrogarse por su historia.
El síntoma tiene un sentido
En lugar de eliminar el síntoma a toda costa, el psicoanálisis propone escucharlo.
El síntoma no es un enemigo: es una solución (parcial, costosa, a veces dolorosa) a algo que el sujeto no puede decir de otra manera.
Por eso, cuando intentamos taparlo sin saber de qué habla, muchas veces vuelve… o se transforma en otro síntoma.
El síntoma guarda un sentido para quien lo padece, aunque no lo sepa conscientemente. No es un problema que haya que suprimir a cualquier precio, sino algo que se puede interrogar. (Si quieres saber más, te invito a visitar mi consulta de psicoanálisis en Barcelona)
Caso clínico ficcional (basado en situaciones reales)
Tomás tiene treinta y cinco años y acude a la consulta por tercera vez en su vida. Esta vez viene después de una ruptura.
“Siempre acabo igual —dice—, al principio todo va bien, pero después me vuelvo inseguro, posesivo. No sé confiar. Y cuando se va, me hundo.”
Tomás no entiende por qué, si lo desea tanto, lo termina perdiendo. En el espacio del análisis, va recordando una escena repetida en su infancia: una madre ansiosa, que temía perderlo, y un padre que solía irse sin avisar.
La relación con el otro aparece entonces marcada por una lógica que no depende de su voluntad.
A medida que puede hablar de eso que se repite, algo empieza a cambiar. No se trata de evitar el sufrimiento, sino de hacer algo diferente con eso que vuelve.
¿Qué propone el psicoanálisis?
El psicoanálisis ofrece un espacio sin juicio, donde poder decir —y a veces callar— para que emerja algo nuevo.
No hay recetas, ni consejos, ni un objetivo de adaptación forzada.
Hay escucha. Hay tiempo. Hay lugar para que cada quien, a su ritmo, ponga en palabras lo que lo habita.
La cura no es eliminar lo que molesta, sino saber algo de eso que se repite para poder hacer algo distinto con ello.
Lo que no es el psicoanálisis
No es una guía de autoayuda.
No es una terapia con ejercicios, tareas ni metas definidas por otro.
No se trata de que alguien nos diga qué hacer, sino de encontrar una posición diferente frente a lo que nos sucede.
El psicoanálisis no tranquiliza, sino que permite preguntar. No aconseja, pero acompaña. No juzga, pero apunta a que el sujeto asuma una responsabilidad diferente respecto de su deseo.
¿Y si se repite… es culpa mía?
No. Pero sí es responsabilidad del sujeto querer saber.
La repetición no es algo elegido conscientemente. Nadie decide enamorarse siempre de quien no lo quiere, ni vivir sometido a una angustia que no comprende.
Pero en el análisis se abre la posibilidad de poner en juego algo de eso, de darle sentido, de decidir algo distinto.
¿Cómo es una primera entrevista?
Muchas personas llegan al consultorio con cierta duda: “No sé si esto es para mí”, “no sé por dónde empezar”.
No hay exigencias. La primera entrevista no es un examen ni un diagnóstico cerrado. Es un espacio de palabra. A veces se habla mucho, a veces poco. A veces se llora. A veces se queda en silencio. Todo tiene su lugar.
Lo importante es poder empezar a decir, incluso si no se sabe muy bien qué.
El analista está ahí para escuchar, no para definir lo que el otro debe hacer. Esa escucha —atenta, sin moral, sin apuro— es lo que inaugura otra forma de relación con uno mismo.
El tiempo y la transferencia
No hay un número predeterminado de sesiones, ni una frecuencia obligatoria.
Tampoco hay una duración fija: algunas personas necesitan más tiempo, otras menos.
La transferencia —el lazo que se construye con el analista— es lo que sostiene el trabajo.
Ese vínculo no es cualquier vínculo: es un lazo particular, donde el sujeto puede hablar sin temor a ser juzgado, interrumpido o corregido. Y en ese espacio puede surgir algo inesperado, algo que interrumpe la repetición.
Una salida singular
Lo que para uno es insoportable, para otro puede no significar nada. Por eso, no hay protocolos universales ni soluciones prefabricadas.
Cada historia es única. Cada repetición tiene su lógica. Cada análisis es diferente.
Pero lo que se repite puede dejar de hacerlo cuando se dice.
Y eso, a veces, basta para que algo cambie.