El discurso capitalista, pensado como mutación del discurso del Amo, propone al sujeto una serie de objetos que prometen colmar una falta estructural. Esta lógica, analizada por Lacan en el Seminario XVII (El reverso del psicoanálisis), se articula con un malestar de época que afecta especialmente a las generaciones jóvenes, pero no sólo. En este contexto, se analiza la posición del psicoanalista frente a dicho malestar, diferenciando entre una postura que victimiza al sujeto y una ética que apuesta por el surgimiento de un deseo singular.
Introducción
En el Seminario XVII, Lacan introduce el concepto de “discurso capitalista” como una variación del discurso del Amo, caracterizado por una aceleración de los procesos de producción y consumo y por una promesa implícita de que el sujeto podrá alcanzar una satisfacción plena. Sin embargo, esta promesa se revela imposible, pues la falta que estructura al sujeto no puede ser colmada por ningún objeto.
Hoy más que nunca, este mecanismo genera un malestar que se manifiesta como angustia, vacío existencial y desesperanza, especialmente entre los jóvenes. Frente a ello, es crucial interrogar cuál debe ser la posición del analista: ¿acompañar la queja sobre el mundo contemporáneo? ¿Invitar al sujeto a resignarse? ¿O, por el contrario, sostener un espacio ético donde pueda interrogarse y asumir su deseo?
El discurso capitalista y la avidez del sujeto
En la lección del 12 de mayo de 1970, Lacan señala que:
“El discurso capitalista convierte así la falta del sujeto en avidez, reduciendo el deseo del hombre a la ferocidad de la pulsión” (Lacan, 1970/2008, p. 190).
La lógica mercantil se sirve de la falta estructural del sujeto —la “falta-en-ser”— para movilizar un deseo que nunca se satisface plenamente. Los objetos ofertados en el mercado operan como simulacros del objeto a, pero ninguno puede realmente taponar la hiancia constitutiva del sujeto (Lacan, 1962‑63/2012). Este fenómeno alimenta la ilusión de que el malestar es consecuencia exclusiva de condiciones históricas y sociales, cuando en realidad se encuentra enraizado en la propia estructura subjetiva.
Tres posiciones posibles del analista
La práctica clínica contemporánea muestra cómo el analista podría situarse de distintas maneras frente al malestar social y subjetivo.
Victimización sociológica
En esta posición, se considera al sujeto como un mero efecto de las condiciones externas: la precariedad, el individualismo, el cambio climático. Si bien estas circunstancias son reales y producen efectos, centrarse exclusivamente en ellas corre el riesgo de reforzar una posición subjetiva pasiva, en la que el analizante se percibe como víctima de fuerzas inabordables.
Moralización del sufrimiento
Otra postura, de signo contrario, consiste en minimizar el sufrimiento del sujeto, con argumentos como “hay quienes no tienen agua ni comida” o “al menos vives en un país en paz”. Este tipo de respuestas —aunque bienintencionadas— resultan moralizantes y culpabilizadoras. Alejan al sujeto de la posibilidad de elaborar su malestar y clausuran la interrogación sobre su deseo. (Si quieres saber más, te invito a visitar mi consulta de psicoanálisis en Barcelona)
La ética del deseo singular
Finalmente, la tercera posición es la única compatible con la ética del psicoanálisis. Como señala Lacan:
“La única cosa de la que se puede ser culpable es de haber cedido en su deseo” (Lacan, 1959‑60/1986, p. 367). Es decir, haber ignorado este deseo o no haber indagado por su significado.
Aquí el analista sostiene un espacio donde el sujeto pueda confrontarse con su falta estructural, sin que esta sea negada ni reemplazada por objetos de consumo o por discursos tranquilizadores. Es en esa falta donde se inscribe la posibilidad de inventar un modo singular de existir.
La ética del psicoanálisis frente al malestar contemporáneo
El analista no es un militante social ni un moralista. Su lugar no es el de consolar al analizante ni el de impulsarlo a adaptarse a los ideales sociales. Su función, en cambio, consiste en abrir un espacio para que éstee pueda asumir la responsabilidad sobre su deseo. Esto no significa desconocer el contexto histórico, sino no quedar atrapado en él como única clave de lectura del malestar subjetivo.
Como sostiene Lacan en el El reverso del psicoanálisis:
“El deseo del hombre es el deseo del Otro. Lo que nos permite encontrar nuestro deseo, en última instancia, es confrontarnos con el deseo del Otro” (Lacan, 1964/2000, p. 235).
Esta confrontación con el deseo del Otro posibilita que el sujeto, incluso en medio del ruido de la época, pueda construir una respuesta propia, singular, no preexistente.
Conclusión
En tiempos donde el discurso capitalista ofrece infinitos objetos de consumo y promesas de satisfacción, la ética del psicoanálisis apuesta por algo bien distinto: la invención subjetiva a partir de la falta. El analista, lejos de reforzar la posición de víctima, minimizar el malestar o prestar un sentido, sostiene un espacio donde el sujeto pueda asumir su deseo y cuestionarse.
Referencias
- Lacan, J. (1986). El seminario. Libro 7: La ética del psicoanálisis (1959‑1960). Buenos Aires: Paidós.
- Lacan, J. (2000). El seminario. Libro 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964). Buenos Aires: Paidós.
- Lacan, J. (2008). El seminario. Libro 17: El reverso del psicoanálisis (1969‑1970). Buenos Aires: Paidós.
- Lacan, J. (2012). El seminario. Libro 10: La angustia (1962‑1963). Buenos Aires: Paidós.