El recorrido en la formación del psicoanalista
Introducción: Los interrogantes fundamentales
Los elementos que constituyen la formación del psicoanalista no siempre resultan evidentes al inicio del recorrido. Las preguntas son múltiples y fundamentales: ¿Es imprescindible ser médico, psiquiatra o psicólogo? ¿Qué formación académica se requiere y dónde obtenerla? ¿Es necesario haber completado un análisis personal para convertirse en psicoanalista, teniendo en cuenta que no todos los que finalizan un análisis desean ejercer el psicoanálisis? ¿Cómo se estructura el recorrido formativo en términos de análisis personal, estudio de textos, práctica clínica y supervisión? ¿Qué significa realmente autorizarse como psicoanalista?
Surgen también cuestiones institucionales: ¿Quién determina si alguien está preparado para ser analista? ¿Qué papel juegan el pase y las asociaciones psicoanalíticas? ¿Qué implica pasar de la posición de analizante a analista? ¿Son imprescindibles los controles establecidos por las instituciones? ¿Existe alguna titulación oficial que habilite para el ejercicio? Y fundamentalmente: ¿el reconocimiento como analista garantiza una verdadera práctica analítica?
La definición del analista y el significante «formación»
Para abordar estas cuestiones, quizás sea más productivo comenzar por el significante «formación» que intentar definir qué es un «analista». La formación y la práctica psicoanalíticas han experimentado profundas transformaciones desde sus orígenes.
En tiempos de Freud, la aptitud del analista se contemplaba desde dos perspectivas fundamentales:
- El Eignung: relacionado con el saber adquirido a través de textos, la formación universitaria y el propio análisis
- El Tauglich: vinculado a la capacidad y el deseo de ejercer como analista
Es crucial comprender que esta aptitud no es una cualidad permanente sino que debe renovarse con cada paciente y en cada sesión, pues cada encuentro analítico es singular e irrepetible.
Los tiempos lógicos de la formación
En «Análisis terminable e interminable», Freud estableció dos tiempos lógicos fundamentales para devenir analista, más allá del conocimiento adquirido en los textos y la práctica clínica:
- La convicción profunda de la existencia del inconsciente, sin la cual no puede haber analista. El significante «formación» se vincula directamente con las «formaciones del inconsciente». Como señala Michel Sauval, estas formaciones revelan las relaciones del inconsciente con el significado y su técnica, «los lazos propios del significante» y «su función en la génesis del significado».
Lacan, en su Seminario V sobre las formaciones del inconsciente, amplía esta idea: «después de Freud, estamos en condiciones de reconocer que estas leyes, esta estructura del inconsciente, aquello en lo que se reconoce un fenómeno como perteneciente a las formaciones del inconsciente, recubre lo que el análisis lingüístico nos permite localizar como siendo los modos esenciales de formación de sentido, en tanto que ese sentido es engendrado por las combinaciones del significante».
- La «recomposición pulsional» del sujeto que desea transitar de analizante a analista, lo que Lacan denominará posteriormente como «deseo de analista». Esta posición debe permitir el despliegue del saber inconsciente de los pacientes.
La evolución de la formación analítica
Las innovaciones en la formación del analista han sido numerosas y fundamentales. Lacan, siguiendo la estela de Freud, introdujo cambios tan subversivos que le valieron la exclusión de las instituciones reconocidas de formación analítica en 1953, cuando renunció a su membresía en la IPA. Precisamente en estos puntos de controversia, Lacan formalizó su particular manera de entender y practicar el psicoanálisis, articulándola alrededor del trípode freudiano esencial:
- El análisis personal
- El saber teórico
- El control o supervisión
Esta estructura evidencia cómo la formación del analista implica una articulación compleja entre el saber teórico y el saber práctico-clínico, adquirido con el tiempo y en diálogo con otros psicoanalistas experimentados.
La singularidad de la práctica analítica
Es fundamental comprender que el psicoanálisis trabaja con las formaciones del inconsciente (lapsus, sueños, chistes) y con el material singular y subjetivo que aporta cada consultante. Por esto mismo, no existe una única forma que dé forma a la formación del analista. La formación aspira a ser dúctil, abierta y siempre en relación con otros, donde el lazo social juega un papel fundamental.
El análisis personal y su temporalidad
La duración de las sesiones y de las curas analíticas ha experimentado importantes modificaciones. Ya no se establece un tiempo cronológico fijo, sino que se sigue una lógica particular que emerge del lenguaje, de los significantes, de la evolución misma de la cura.
Jorge Assef, presidente del XI Enapol, enfatiza que «el psicoanálisis personal es la clave de la formación de un psicoanalista». Freud advirtió severamente sobre los riesgos de prescindir del análisis propio: «quien como analista haya desdeñado la precaución del análisis propio, no solo se verá castigado por su incapacidad para aprender de sus enfermos más allá de cierto límite, sino que también correrá un riesgo más serio, que puede llegar a convertirse en un peligro para otros».
Respecto al final del análisis, mientras Freud afirmaba que «el análisis se termina», Lacan proponía que la conclusión llega «cuando el sujeto está feliz de estar vivo, está feliz por vivir». Esto no implica un final absoluto: durante la cura pueden surgir momentos conclusivos, y un analizante puede alcanzar un punto satisfactorio y suficiente, decidiendo que no necesita más el espacio analítico. Siempre queda abierta la posibilidad de un segundo tiempo de análisis más adelante.
La formación: textos y práctica clínica
La posición del analista se define en la intersección entre las formaciones del inconsciente y la formación del analista, en ese paso de una a otra. Como señala Laura Vaccarezza en «¿Cómo se forma un psicoanalista?», esta formación presenta particularidades que la universidad no puede abarcar, pues no se trata de una formación académica tradicional.
El psicoanálisis trabaja con el sujeto del inconsciente y una subjetividad no mensurable que produce efectos diferentes en cada persona. No se trata de acumular conocimientos teóricos por un lado y experiencia analítica por otro, sino de lograr una imbricación entre teoría y clínica: un anudamiento entre el saber experimentado y el saber teórico, que se produce en acto y sigue los tiempos lógicos del instante de ver, tiempo de comprender y momento de concluir. (Si quieres saber más, te invito a visitar mi consulta de psicoanálisis en Barcelona)
La figura del psicoanalista
El psicoanalista debe despojarse de todo semblante de poder y «autoridad mundana», pero debe establecer un dispositivo que le permita dirigir la cura sin dirigir al paciente, como señala Lacan en «La dirección de la cura». La capacidad de dirección analítica trasciende los títulos académicos o la producción literaria; se fundamenta en la sensibilidad, la capacidad de escucha, el respeto al paciente, la experiencia y el trabajo continuado.
Freud, como pionero, desarrolló su formación combinando el autoanálisis (su correspondencia con Fliess fue lo más cercano a un análisis personal), el aprendizaje teórico, la actualización constante en cambios políticos, científicos y culturales, y su práctica clínica cotidiana. Mantenía una extensa correspondencia con figuras del mundo cultural como Thomas Mann, Romain Rolland y Stefan Zweig.
El Cártel: un dispositivo innovador
Lacan introdujo el Cártel para contrarrestar la identificación con un líder, aspecto analizado por Freud en «Psicología de las masas». Inicialmente opcional, el Cártel se convirtió en un elemento esencial para la constitución de una escuela.
El Cártel busca producir una elaboración grupal junto con una producción personal. Lacan intentaba establecer la naturaleza del saber analítico y lo transmisible en psicoanálisis, articulando dos planos del saber: el textual y el referencial, el teórico y el clínico.
La estructura del Cártel incluye cuatro analistas y una figura denominada el «Más Uno», en una relación no jerárquica. El Más Uno tiene la función de relanzar el deseo de saber, crear lazos entre los cartelistas y facilitar que cada miembro elabore su experiencia, aunque sea un producto fallido. No se trata de producir un saber absoluto sino de aproximarse a la media verdad que se desliza en la cura de los pacientes.
La supervisión: un pilar fundamental
La supervisión, aunque no fue sistematizada por Freud, emerge como una práctica esencial a través de su correspondencia con discípulos como Edoardo Weiss y Ludwig Binswanger. Lacan reconoció en ella una dimensión original del decir, denominándola «superaudición» por su capacidad de permitir una representación del analizante a través del relato del practicante.
La supervisión constituye un pilar permanente de la formación analítica, no limitado a la etapa inicial. El analista que ha transitado su propio análisis reconoce la pérdida producida y renuncia a la fantasía de dominio del saber, condición necesaria tanto para conducir una cura como para supervisar posteriormente.
Las razones para buscar supervisión son diversas: casos que no avanzan, incomodidades en la posición de escucha, sensación de verse sobrepasado. Como señala Lacan en el Seminario de La angustia: «El analista que entre en su práctica no está excluido de sentir, gracias a Dios, aunque presente muy buenas disposiciones para ser un psicoanalista, en sus primeras relaciones con el enfermo en el diván alguna angustia».
Conclusiones
La posición del analista y su acto conllevan una complejidad de la que Freud ya advirtió. El analista debe ubicarse en las antípodas del psiquiatra tradicional, evitando posicionarse como amo del saber que dispensa consejos universales.
Como recuerda Lacan, «no hay una formación del analista sino formaciones del inconsciente». La formación es continua, permanente y siempre presente en el recorrido psicoanalítico. La experiencia del propio análisis y el conocimiento teórico son necesarios pero no suficientes, pues operan en función del psicoanálisis personal realizado.
Devenir psicoanalista nace de una causa de deseo surgida en el propio análisis, que permite ocupar el lugar en la transferencia sin quedar atrapado en ella. El analista no busca el ser sino que se afirma como des-ser. El analista no es simplemente un sujeto dividido entre consciente e inconsciente; debe ser consciente de sus ideales, moral, ideología y manera de pensar para poder dejarlos de lado durante la sesión analítica. La operación analítica constituye ese resto fecundo que permite interpretar, escuchar y puntuar sin que los prejuicios obstaculicen la emergencia de la verdad particular de cada sujeto.
En un mundo cada vez más fragmentado y dominado por certezas, la ética conduce a una práctica necesaria del psicoanálisis que continúe evolucionando, aprendiendo del cuestionamiento constante, del trabajo con otros y de la apertura a la escucha.