EL SUJETO CONTEMPORÁNEO: ENTRE LA DEUDA SIMBÓLICA Y EL DESARRAIGO

Escrito en colaboración con Irma Bouyat en el marco de las Tertulias psicoanalíticas de la asociación Apertura. https://www.aperturapsicoanalisis.pro/

Una perspectiva psicoanalítica sobre la crisis de identidad en la era moderna

En los últimos años hemos sido testigos de un alarmante resurgimiento de tendencias fascistas en la política global. Figuras como Trump, Bolsonaro, Meloni, Milei y Putin han ganado poder, lo que nos lleva a preguntarnos si hemos olvidado las lecciones del pasado. Este fenómeno no es nuevo; la historia se repite con masas ciegas y extasiadas que se sirven de la violencia para ensalzar a un líder autoritario.

El devenir de la historia se repite, acuñando, una y otra vez, la figura de unas masas frustradas por la crisis, la explotación desmedida, la incertidumbre, con formas fascistoides de lazo social (xenofobia, misoginia, racismo, clasismo, fanatismo, homofobia…), donde se desbordan la pulsión de muerte, los narcisismos exacerbados, los superyós aplastantes… En definitiva, tiempos de apología del discurso del amo y fanatismos, grandes promesas y absolutas certezas a «cielo abierto».

Desde el psicoanálisis, nos urge trabajar con todo esto: un momento histórico social compuesto de sujetos cada vez más desatados y enajenados, más sumidos en un profundo malestar del que aflora una libido de masas perversa, catalizadora ideal de los radicalismos.

La deuda simbólica original

La configuración del sujeto contemporáneo presenta una paradoja fundamental que Judith Butler, en diálogo con el pensamiento lacaniano, ha sabido articular: existe una diferencia sustancial entre la culpa derivada de nuestra inscripción en los sistemas de parentesco —una deuda básica contraída con el mundo social— y el fenómeno moderno de la desposesión de esa deuda. Esta distinción nos permite adentrarnos en una comprensión más profunda de la crisis subjetiva actual.

En la teoría lacaniana, el sujeto nace inscrito en una deuda simbólica fundamental. Esta deuda no representa una carga negativa, sino que constituye el fundamento mismo de nuestra identidad y nuestra vinculación con el Otro. Al nacer dentro de una estructura social y familiar, heredamos un sistema de expectativas, obligaciones y significados que nos proporcionan un marco de referencia existencial. Esta deuda primordial actúa como un anclaje que nos permite situarnos en el mundo y construir nuestra subjetividad en relación con los demás.

La crisis del sujeto moderno

Sin embargo, en la contemporaneidad, las formas tradicionales de esta deuda simbólica -arraigadas en la familia, la comunidad o la tradición- han sido erosionadas por el avance del individualismo y la transformación radical de los lazos sociales. Esto no significa que la deuda haya desaparecido, sino que ha sido desplazada y reconfigurada en nuevas estructuras de poder y discurso. En lugar de estar anclada en sistemas estables de significación, hoy se manifiesta en exigencias de rendimiento, en la lógica del mercado y en narrativas totalizantes que capturan la subjetividad de otras maneras. Paradójicamente, lejos de liberar al sujeto, esta mutación de la deuda simbólica lo deja más expuesto a la angustia y la desorientación, atrapado en nuevas formas de deber ser que sustituyen, pero no anulan, las antiguas.

La perplejidad ante la supuesta libertad absoluta

La sociedad contemporánea bombardea a las personas con mensajes como «puedes ser quien desees» «todo depende de ti» o «sólo hazlo», mantras que, lejos de asegurar y estructurar, sumen al sujeto en la perplejidad y la inacción. Esta situación desemboca frecuentemente en conductas compulsivas y actings, cuando no en pasajes al acto. Estas conductas, aunque parecen activas, no logran aliviar la angustia subyacente sino que la acrecientan. La velocidad de los cambios sociales parece haber superado la capacidad del ser humano para integrarlos y crear nuevos marcos de significación.

La depresión como forma de resistencia

Un fenómeno particularmente significativo es la posición del sujeto deprimido en relación con el discurso capitalista. Su renuncia a aceptar la promesa de felicidad a través del consumo puede interpretarse como una forma de resistencia, aunque sea una resistencia sin alternativa constructiva. El sujeto deprimido rechaza la lógica del goce consumista, pero queda atrapado en un aislamiento que tampoco ofrece salida.

Es necesario examinar los síntomas de esta sociedad globalizada: una sociedad cuyos integrantes no se responsabilizan pero obedecen, y prefieren que un líder les diga qué hacer en lugar de preguntarse por sí mismos. Aunque tienen la capacidad de votar, no reflexionan, y en su pasividad elevan el totalitarismo a su forma más concreta: la «dicta-dura» en el poder. Mientras tanto, la Inteligencia Artificial se erige como un nuevo significante en este escenario de delegación y conformismo.

El papel del psicoanálisis

En este contexto, donde el sujeto se queda atrapado en nuevas formas de determinación simbólica, es crucial la pregunta por nuestra posición como analistas. ¿Cómo trabajar desde la ética? ¿Debe nuestro trabajo fundamentarse en dirigir una cura que acompañe al sujeto en su construcción y subjetivación frente al discurso del amo? ¿Cómo proceder desde nuestro lugar de analistas? (Si quieres saber más, te invito a visitar mi consulta de psicoanálisis en Barcelona)

El discurso totalitarista establece formas particulares de subjetivación que, si bien se manifiestan de manera singular en cada sujeto, se basan en el odio y la ambivalencia (primordial) como forma de lazo social.

Desde los desarrollos de Freud en distintos textos como «El malestar en la cultura», «Psicología de las masas y análisis del yo», «Tótem y tabú», «Por qué la guerra?»…, pasando por los aportes de Melanie Klein, Carl Jung, Donald Winnicott, Wilhelm Reich, hasta las reflexiones de Lacan en los Escritos y los seminarios, vemos la importancia de abordar la cuestión del amor y el odio en la construcción del lazo social y las relaciones humanas.

Desde la ética entendida como espacio de reflexión y resistencia frente a esas formas opresivas de lazo social, sería interesante identificar el momento histórico actual, con sus características económicas, sociales y políticas específicas, produce formas particulares de malestar y síntomas sociales. En este contexto, ¿qué puede aportar el psicoanálisis a la comprensión de los malestares contemporáneos?

Observemos que el fascismo se identifica como un movimiento histórico que se basa en la identificación directa de la persona con el Estado; está en contra de la democracia. Emerge como respuesta totalitaria a la crisis de las instituciones políticas y económicas: guerras de Ucrania, Palestina, crisis pospandemia, desaparición de la clase media, aumento de la pobreza, aumento de los radicalismos…

Es un momento de pérdida de legitimidad de los valores; hoy todo es posible, todo lo «fake», ya sea la manipulación de las noticias, la creación de perfiles falsos en redes sociales, la imitación de productos que se venden como auténticos o escenas de películas que se presentan como hechos verídicos; el límite entre realidad y fantasía, entre verdad y mentira, entre lo auténtico y la copia, se ha diluido. Este fenómeno se agrava cuando lo «fake» ofrece una imagen o un discurso atractivo para las masas, que pueden ser engañadas con facilidad. Ejemplos de esto incluyen la promesa de la inmortalidad, el desprestigio de figuras políticas o el apoyo a teorías delirantes como la de un planeta Tierra plano o habitado por alienígenas.

Como respuesta, la movilización de sectores sociales por conquistar nuevos derechos es percibida como una forma de anarquía que amenaza perder los privilegios heredados. Se entregan las libertades y derechos al Estado, quien supuestamente se encargará de preservar el orden social y proteger sus intereses desde el autoritarismo y la violencia.

En algunos contextos, el Estado de Derecho está siendo erosionado por intereses corporativos, donde grandes empresas y corporaciones privadas influyen significativamente en las políticas estatales. Esta situación puede llevar a una disminución de la participación ciudadana efectiva y a una ciudadanía más controlada y subordinada. Desde una perspectiva psicoanalítica, ciertas estructuras de poder pueden intentar reprimir o controlar la expresión de los deseos y pensamientos inconscientes. Además, en algunos casos, se observa un deterioro en el respeto a los derechos humanos. Esto puede ser visto como una forma de dictadura encubierta, donde un ente superior, que trasciende las clases sociales, ejerce un control desmedido en nombre de la nación.

La violencia es la respuesta social ante el malestar causado por la marginación, la opresión, la desigualdad, el desencanto y la pérdida del deseo.

El sujeto puede verse atrapado en identidades colectivas como «sujeto-nación» o «sujeto-patria». Estas identidades imponen una ley moral que lo une a otros y le otorga un mandato o misión que cumplir. En este contexto, el individuo puede sentirse más atrapado que nunca por estas estructuras colectivas, que limitan su autonomía y capacidad de reflexión crítica.

Frente a este panorama, el psicoanálisis, mediante el análisis de los significantes propios, ofrece al sujeto la posibilidad de desarrollar recursos simbólicos que le permitan construir una narrativa personal y recuperar la capacidad de fantasear y desear. No se trata de adaptarse pasivamente a las demandas sociales, sino de encontrar una forma más creativa y disfrutable de sostener la vida.

Perspectiva histórica y esperanza

Es importante mantener una perspectiva histórica: ya han habido antes desafíos aparentemente insuperables, desde las grandes epidemias hasta los totalitarismos del siglo XX. La Europa de Hitler parecía sumida en un abismo sin retorno, y sin embargo, la humanidad encontró caminos de recuperación. Sin minimizar los desafíos actuales, hay que reconocer que la capacidad de reinvención y adaptación es inherente a la condición humana.

Conclusión

El desafío actual no radica tanto en la severidad de las circunstancias externas como en la necesidad de desarrollar nuevos recursos simbólicos que permitan al sujeto construir un sentido de identidad y propósito en un mundo que ha perdido sus referencias tradicionales. El psicoanálisis, en este contexto, se presenta como una herramienta valiosa para ayudar al sujeto a descubrir su modo singular de existencia, más allá de las promesas vacías del consumismo y los espejismos del individualismo radical. Se trata de intentar recuperar una dimensión de lo colectivo que no implique un anulación del sujeto. Y, sobre todo, de que pueda continuar deseando en un mundo que parece destinado a su desaparición.

La erosión de las formas tradicionales de deuda simbólica ha dejado al sujeto contemporáneo en un estado de desorientación y angustia. Esta pérdida de referentes estables y significativos ha abierto la puerta a una crisis existencial profunda, donde los sujetos se enfrentan a la ausencia de certezas y valores absolutos.

En este contexto, el concepto de nihilismo adquiere relevancia. El nihilismo, entendido como la creencia en la falta de significado inherente o en la inexistencia de verdades objetivas, se presenta como una respuesta a esta crisis. Según el filósofo italiano Gianni Vattimo (fallecido en 2023), el nihilismo no debe ser visto como un mal, sino como una oportunidad para repensar nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos. Para el sujeto del siglo XXI, no hay nada que sea cierto, nada seguro, nada tiene sentido. Y con esa nada debemos lidiar. En Filosofía del presente escribe Vattimo: «Hoy, no es que no nos sentimos a gusto porque somos nihilistas, sino porque somos todavía muy poco nihilistas, porque no sabemos vivir hasta el fondo la experiencia de la disolución del ser».

Entonces no se trata de luchar por un sentido o por una verdad absoluta, sino por ser capaces de estar en la nada, desligados de la creencia férrea en nuestras percepciones individuales para aceptar que toda interpretación de la realidad es temporal y fragmentaria. Justamente lo contrario a la propuesta o reacción neofascista.

Para Vattimo, el ser es fundamentalmente un evento y se constituye en la realidad como proceso. De esta forma, la identidad ya no es vista como lo idéntico consigo mismo que escapa del tiempo, sino como un flujo, un devenir. En lugar de buscar la Verdad única, el trabajo analítico puede abrir espacio para un nihilismo activo, donde el sujeto aprenda a manejarse pese a carecer de garantías, evitando caer en el fanatismo. Se trata más de reinventar un sentido individual sin pretender que sea absoluto.

El psicoanálisis no busca restaurar un orden simbólico perdido, sino ayudar a cada sujeto a encontrar su forma singular de sostenerse en la incertidumbre.

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