EL ROBO Y LA FALTA EN EL OTRO: MARGARET LITTLE Y LACAN, SOBRE EL DESEO Y LA CONTRATRANSFERENCIA

¿Por qué alguien roba en análisis?

A veces, en el análisis, un gesto sorprende al analista. No es una palabra, sino un acto. Algo se toma, se roba, como si el sujeto intentara apropiarse de algo vital que no puede pedirse directamente.
Este enigma fue el punto de partida del célebre texto de Margaret Little, “Counter-Transference and the Patient’s Response to It” (1951). En este artículo Little describe el caso de una paciente que robaba pequeños objetos durante las sesiones.

El gesto, que podría parecer una simple falta moral, se reveló como una forma de comunicación inconsciente.
Años más tarde, Jacques Lacan retomará este caso en su Seminario 10: La angustia (1962-63), para pensar el objeto a, la función del robo y la relación con la falta en el Otro.


Margaret Little y la revolución de la contratransferencia

Hasta mediados del siglo XX, la contratransferencia era vista como un obstáculo técnico. Freud la definía como los sentimientos inconscientes del analista hacia el paciente: algo que debía controlarse para preservar la neutralidad.

Little rompió con esa visión. Propuso que las emociones del analista pueden ser una vía privilegiada de conocimiento del inconsciente del paciente.
Según Little, el paciente puede hacer que el analista sienta lo que él mismo no puede sentir.

Así, las reacciones afectivas del analista no son simples errores, sino mensajes transferenciales.
El trabajo consiste en reconocerlas, pensarlas y devolverlas al paciente como interpretación.
La contratransferencia, en esta nueva perspectiva, se convierte en una brújula clínica.


El caso clínico: una mujer que roba

En su artículo, Little narra el análisis de una mujer que, durante meses, robaba pequeños objetos: lápices, pañuelos, piezas sin valor.
Al principio, la analista sintió desconcierto y molestia. Solo más tarde comprendió que su propia sensación —la de haber sido vaciada, despojada— debía leerse en clave contratransferencial.

El robo no era un acto impulsivo, sino una forma simbólica de relación con el objeto.
La paciente experimentaba a su analista como alguien que poseía algo esencial —un saber, una presencia, un afecto— que debía tomar por la fuerza, como si no pudiera recibirlo legítimamente.

Little comprendió que el robo representaba una fantasía de apropiación del “objeto bueno”: aquello que en la infancia se sintió perdido o inaccesible.
Robar era la manera inconsciente de asegurarse de que ese objeto no se escapara otra vez.


Lacan y el objeto a: lo que el robo intenta capturar

Lacan menciona este caso en el Seminario 10: La angustia, al desarrollar su noción del objeto a, el objeto causa del deseo.
Para él, el valor del caso no está en el objeto robado, sino en el acto mismo de robar, que apunta a algo imposible: tomar lo que el Otro no puede dar.

El robo se organiza alrededor de la falta.
El sujeto busca arrancar algo del Otro —una prueba de su deseo, un fragmento de su goce— para llenar la ausencia que lo habita.
Pero lo que se roba nunca satisface: el objeto material no colma el vacío del deseo, porque ese vacío es estructural.

En palabras de Lacan, lo que angustia al sujeto no es la falta de objeto, sino la proximidad del objeto a, ese resto de goce que testimonia que el deseo no puede ser plenamente satisfecho.


El robo como acto en la transferencia

En el espacio analítico, cada acto del paciente tiene un sentido que va más allá de su forma literal.
Llegar tarde, callar, regalar, romper, o incluso robar, pueden ser modos de dirigirse al Otro.

El analista no debe moralizar esos actos ni reducirlos a conductas.
Como mostró Little, el robo puede ser una llamada al Otro, una manera de sostener el lazo cuando las palabras no alcanzan.
El analista que se deja afectar —sin actuar su respuesta— puede escuchar allí el intento del sujeto de apropiarse del deseo del Otro para sostener el suyo propio.


Lo que enseña la contratransferencia

La verdadera neutralidad, dice Little, no consiste en la ausencia de emoción, sino en no identificarse con ella.
El analista no es un espejo vacío: su propia vivencia emocional es parte del proceso.
Reconocer la contratransferencia permite abrir una vía de sentido allí donde el acto parecía puro exceso.

Así, la escena del robo se transforma en un momento de verdad: el lugar donde el deseo, la falta y la angustia se entrelazan.
El analista no devuelve el objeto robado, sino la palabra que lo simboliza, ofreciendo al paciente la posibilidad de comprender qué buscaba realmente al tomarlo.


El robo y la verdad del deseo

Tanto para Little como para Lacan, el robo es una metáfora del deseo.
El sujeto roba porque siente que algo le falta, porque el Otro parece tener lo que él no tiene.
Pero al robar, no obtiene eso que falta: solo pone en acto la imposibilidad de poseerlo del todo.

En esa imposibilidad se juega el deseo mismo.
El robo, en este sentido, revela la estructura del lazo con el Otro: el intento de apropiarse de aquello que, por definición, siempre se escapa.


Escuchar el acto

La enseñanza de Margaret Little sigue siendo esencial: la clínica psicoanalítica no escucha solo palabras, sino también los actos, los gestos, las emociones que irrumpen.
Cada robo, cada exceso o silencio, puede ser una manera de decir algo sobre el deseo y la falta.

Lacan, al retomar su caso, muestra que ese “tomar algo del Otro” no es más que el intento de tocar el objeto del deseo, de hacerlo existir.
Pero el análisis, justamente, apunta a otra cosa: a poder soportar la falta sin tener que robarle sentido al Otro.


En la práctica analítica

En el trabajo clínico contemporáneo —también aquí, en Barcelona, donde la escucha psicoanalítica sigue viva—, la enseñanza de Little y Lacan conserva toda su actualidad: el analista no juzga los actos del paciente, sino que escucha su lógica inconsciente. A veces, cuando el sujeto roba, lo que busca no es el objeto, sino una presencia que dé sentido a la falta.

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