Cuando Freud empezó a estudiar la neurosis obsesiva, lo hizo a través de un caso que se volvería emblemático: el del llamado Hombre de las Ratas. Más allá de los detalles del paciente, lo que le llamó la atención fue cómo ese cuadro clínico abría la puerta a una forma particular de sufrir, donde la mente parece trabarse, girando una y otra vez sobre los mismos pensamientos.
De culpas infantiles a algo mucho más enredado
Al principio, Freud pensaba que esta clase de neurosis se relacionaba con reproches profundos que la persona se hacía por situaciones sexuales vividas durante la infancia. En su famosa “teoría de la seducción”, llegó a creer que muchas neurosis nacían por abusos reales ocurridos en los primeros años de vida.
Con el tiempo se dio cuenta de algo sorprendente: muchas de esas escenas no habían ocurrido realmente, sino que eran fantasías. Aun así, generaban síntomas. Ahí entendió que no hacía falta que algo pasara «de verdad» para que dejara una marca: el deseo, incluso como fantasía, podía ser igual de impactante.
Desde ese giro, su mirada sobre la neurosis obsesiva se volvió más rica y matizada. Ya no era solo cuestión de reproches por lo vivido, sino un entramado de deseos que no se pueden aceptar, defensas complicadas, dudas constantes, rituales que parecen absurdos, pero alivian, y una pizca de superstición.
Amor, odio… y todo a la vez
Uno de los aspectos más potentes que Freud rescató en estos casos fue la ambivalencia: ese estar dividido entre querer y odiar a una misma persona. Y no de forma superficial. Es algo que se siente muy adentro, pero que muchas veces uno ni se permite reconocer.
Ese conflicto interno, esa mezcla entre afecto y rechazo, es lo que en buena parte alimenta los síntomas. Y ahí es donde empieza a complicarse todo. (Si quieres saber más, te invito a visitar mi consulta de psicoanálisis en Barcelona)
En el caso del Hombre de las Ratas, este conflicto se manifestaba tanto en su relación con su padre como con su amada. Por un lado, los amaba; por otro, sentía hostilidad hacia ellos. Y esa mezcla de sentimientos era, para Freud, el centro de su sufrimiento.
Esa ambivalencia, esa contradicción interna, lleva al obsesivo a intentar defenderse mediante distintos mecanismos. Pero esas defensas, lejos de traer alivio, suelen alimentar los síntomas. Así es como surgen cosas como la duda obsesiva, que paraliza la capacidad de decidir, o las compulsiones, esos actos que siente que debe hacer una y otra vez para evitar una catástrofe imaginaria.
Freud veía estos síntomas como formaciones de compromiso: soluciones intermedias que tratan de equilibrar fuerzas opuestas, pero que nunca logran resolver del todo el conflicto. Por eso el síntoma vuelve, gira, insiste.
La mente obsesiva disfraza sus conflictos
Una de las ideas más interesantes de Freud sobre la neurosis obsesiva es cómo el contenido reprimido —eso que la persona no quiere o no puede reconocer— encuentra la forma de volver, pero disfrazado. Para que no sea detectado tan fácilmente, se transforma, se oculta detrás de algo.
Freud identificó varios modos en que esto ocurre. A veces, el conflicto se generaliza, como cuando una prohibición específica se extiende a todas las situaciones parecidas. Otras veces, se desplaza hacia algo menos amenazante. También puede aparecer con eslabones intermedios omitidos, dejando huecos en el pensamiento que vuelven confusas las conexiones. Y en otros casos, las ideas se aíslan, creando como “islas” de pensamiento que no logran conectarse entre sí.
Estos mecanismos hacen que entender lo que realmente está en juego no sea sencillo, ni siquiera para la propia persona. Es como si la mente construyera laberintos para protegerse de sus propios deseos y temores.
Pensamientos omnipotentes y superstición
Freud también observó que las personas con neurosis obsesiva suelen tener creencias supersticiosas: sienten, en algún nivel, que sus pensamientos pueden influir mágicamente en la realidad. A esto lo llamó “omnipotencia de los pensamientos”.
Lo curioso es que, aunque racionalmente saben que no es posible, otra parte de su mente se aferra a esa creencia. Viven divididos entre lo que saben intelectualmente y lo que sienten emocionalmente. Esta lucha interna alimenta la ansiedad y refuerza los rituales y las precauciones exageradas.
La muerte como horizonte
Un último punto que Freud destacó es la relación que la neurosis obsesiva tiene con la muerte. Para muchas personas obsesivas, la muerte aparece como una especie de “salida” o desenlace que resuelve los conflictos. Es común que piensen que cuando alguien importante muera —un padre, una madre, una figura de autoridad— entonces podrán tomar ciertas decisiones o hacer lo que desean.
En ese sentido, la muerte funciona como una fantasía que permite postergar indefinidamente las decisiones difíciles. Es una forma de aplazar el conflicto, esperando que sea el tiempo —o la desaparición de los obstáculos— lo que lo resuelva.
Un conflicto sin fin
La neurosis obsesiva, desde la perspectiva freudiana, no es simplemente una serie de manías o rituales extraños. Es la expresión de un conflicto interno profundo, donde el amor y el odio conviven y luchan en silencio, mientras la mente intenta defenderse construyendo síntomas que, aunque incómodos, cumplen la función de mantener a raya lo que resulta insoportable.
Comprender esta dinámica sigue siendo un desafío clínico y humano. El pensamiento obsesivo, con su ingenio, su culpa, su humor negro y su sufrimiento, nos recuerda que la mente humana es compleja, creativa y contradictoria. Y que, detrás de cada síntoma, hay una historia que merece ser escuchada.
En la terapia psicoanalítica se busca acompañar al paciente en el trabajo sobre estos conflictos, ayudándolo a encontrar nuevas formas de afrontar sus dificultades y a construir un conocimiento propio sobre su manera singular de estar en el mundo.